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FASHION JOURNALIST,

VIDEO EDITOR &CONTENT CREATOR

Detrás de la pantalla está Adriana Blanco, Periodista, celíaca por herencia y exigente por naturaleza. Me aventuro en un mar lleno de peces llamado Internet, pero no soy su alma. El alma se llama Juli, o como me gusta llamarla a mí, “Yaya Juli”. El alma de la plataforma es mi abuela y quiero explicarte porqué.

Ella me descubrió qué se esconde detrás de retales, tijeras, patrones y a ir más allá del “colorín colorado” de las pasarelas. Cada día, al salir de la guardería, mi abuela -que fue y sigue siendo, aunque sea para la familia, modista de alta costura-, me llevaba al taller donde trabajaba, para seguir su jornada laboral, a la vez que cuidaba de aquella pequeña inquieta y escurridiza de pelo rizado. El taller se convertía, entonces, en mi campo de juegos y en esto de los juegos el dedal era el protagonista.

Dedales que guardaba cuidadosamente en pequeñas cajas, casi siempre doradas, muy vistosas y de lo más golosas para alimentar la curiosidad de aquella niña. Mi abuela siempre decía: “estas cajas son de Toledo, dónde yo viví y son fruto de un minucioso trabajo de artesanía que consiste en crear figuras y dibujos mediante incrustaciones de hilos y láminas de oro, plata o hierro. Así que no las pierdas”. 

Recuerdo pasar veranos enteros en casa de mis abuelos. Una casita pequeña, al lado de la playa, y en la que todo estaba (y sigue estando) milimétricamente colocado. El suelo del comedor solía estar siempre lleno de retales, hilitos sin la compañía de su querida aguja y motitas de algodón que caían al compás de un sonido inconfundible; el sonido de la máquina de coser. 

Mi mirada no se apartaba del suelo, no perdía detalle de como mi abuela movía el pie en el pedal, para poner en marcha o parar su preciosa Singer. Era entonces, en los momentos en los que paraba de coser cuando yo levantaba, por fin, la cabeza; ella me sonreía y yo siempre le hacía la misma pregunta: “Yaya ¿cuándo me enseñarás a coser?”, ella, sin dejar pasar ni décima de segundo respondía con un “Uy cariño…nunca”.​ Y así es, nunca me enseñó a usar la máquina de coser, y hoy en día sigue sin querer hacerlo. En ese momento no lo entendía, pero ahora se lo agradezco. Quizás nunca me enseñó aquel oficio que a ella tantas noches de descanso le quitó, pero me enseño que lograr conseguir aquello que te propones, no es coser y cantar. Que no debes rendirte  pese a que se te enrede la bobina.

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